Parece una obviedad decir que los que participamos de la vida sindical creemos fervientemente en la construcción colectiva como única modalidad de defender nuestros derechos. Frente al individualismo, al “sálvese quien puede”, a la mirada que mira sólo el propio ombligo; la construcción colectiva supone la solidaridad, la participación en las decisiones y el respeto por la palabra del otro. La construcción colectiva es inherente a la actividad sindical. Sin ella, no hay sindicato sino sólo una burocracia que gerencia desde su convencimiento iluminado y sus limitaciones ideológicas o, en el peor de los casos, desde sus intereses, las acciones de la mayoría.
Creemos que en coyunturas críticas como la que estamos atravesando los docentes de la Provincia de Buenos Aires, construcción colectiva no puede ser sinónimo sólo de un puñado de reuniones de un puñado de compañeros tomando decisiones por cientos de miles. En coyunturas críticas, los dirigentes, legítimamente elegidos, deben ceder la decisión y la palabra a los docentes que estamos todos los días trabajando en la escuela. ¿Cómo hacerlo? Mediante asambleas de afiliados y no afiliados en las escuelas –porque son todos los compañeros los que sostendrán con sus cuerpos la lucha-; reuniones periódicas de delegados que den cuenta de lo que se decide en las escuelas; mediante asambleas multitudinarias de afiliados, resolutivas, avisadas con el tiempo suficiente, en las que no se cercene la palabra con chalecos de fuerza de tres minutos ni se descalifique a los que respetuosamente hacemos preguntas y proponemos ideas diferentes. No somos el enemigo por pensar distinto; somos parte de esas voces que justamente la construcción colectiva debe traslucir en vez de cercenar.
Estamos convencidos de que los dirigentes sindicales no deben cumplir la función de justificar didácticamente las acciones del gobierno; sino de defender nuestros derechos como trabajadores. Para eso, nada mejor que escuchar nuestra voz sin prejuicios, porque éstos conllevan el silenciamiento de las posiciones diferentes.
En esta lucha no se escuchó la voz de los trabajadores. En asambleas de pocos, selectivamente convocados unas horas antes, se refrendó la misma propuesta miserable que una semana antes habían rechazado decenas de miles de docentes, cuestión que quedará en evidencia cuando cobremos el aumento.
Sabemos que las presiones del gobierno y de la comunidad son inmensas y no desconocemos nuestra responsabilidad como educadores; pero también estamos convencidos de que la obtención de un salario y unas condiciones de trabajo dignas redundará en una mejora significativa no sólo de nuestras vidas sino también de la escuela pública por la que todos –los que tenemos y los que no, voz y voto- trabajamos a diario.
Carolina Seoane – Media Nº 8 – San Isidro.